Lenguaje Políticamente Correcto ¿sí o no?

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Lenguaje Políticamente Correcto ¿sí o no?

By Mariana Font | Published  08/23/2006 | Spanish , Art of Translation and Interpreting , Miscellaneous | Recommendation:RateSecARateSecARateSecARateSecIRateSecI
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Lenguaje Políticamente Correcto ¿sí o no?

Para decidir si es o no necesario tener en cuenta aquello que es políticamente correcto, se debe analizar la relación entre lenguaje y pensamiento, y en particular, es necesario aceptar que el primero puede tener cierta influencia sobre el segundo. Si no, poco sentido tendría el cambiar nuestra forma de hablar –más allá de una función “diplomática”, que no es lo mismo que el LPC (lenguaje políticamente correcto) que, en cambio, intenta producir un cambio de conciencia. En gran medida debido a la influencia de las obras de Wittgenstein, la relación entre lenguaje y pensamiento ha sido largamente discutida en el ámbito de diversas disciplinas, y se han dado respuestas tan diversas como el relativismo lingüístico de Sapir y Whorf o la teoría de Chomsky sobre el lenguaje como capacidad independiente del pensamiento. Lo que algunos llaman “el giro lingüístico” ha tenido una gran resonancia en psicología, al coincidir diversos autores en señalar que el lenguaje no es un mero medio entre el sujeto y la realidad, ni tampoco un vehículo transparente para reflejar las representaciones del pensamiento, sino que, en cierto modo, es un factor limitador –que no determinante- tanto de la realidad como del pensamiento.
En esta línea van los argumentos de la psicología cultural, sólo que para explicar la tesis cultural correctamente, habría que substituir “lenguaje” por “sistema de símbolos compartidos”, de los cuales el lenguaje es sin duda el mayor ejemplo, como ya señalaba Lev Vigotski. Para este autor, lenguaje y pensamiento comienzan a desarrollarse separadamente, pero a los pocos años de vida se van sincronizando: “es la interiorización del dominio de los signos y los símbolos –de los cuales el sistema más importante es el lenguaje- lo que permitirá la evolución del pensamiento” (Vila y Serrat; 2001). Una postura muy similar la encontraremos más adelante en Jerome Bruner, quien además hace hincapié en la naturaleza “pública y compartida del significado” a través de la cultura (Bruner, J.; 1991). Así, a través de la cultura y de las producciones culturales como los cuentos, los mitos o las leyendas, negociamos significados. Y aquí es donde cobra importancia el papel del LPC, no como determinante -el significado se negocia, no se hereda- pero sí como elemento de influencia en la construcción de significado.

Ejemplos hay muchos. El más evidente es el del machismo implícito en los plurales en masculino del castellano , que han condenado a la mujer a una invisibilidad que no es trivial: Como dice Adrienne Rich –citada por Bruner- “cuando alguien que tiene la autoridad de un profesor, pongamos por caso, describe el mundo y tú no estás en él, hay un momento de desequilibrio psíquico, como si te mirases en un espejo y no vieses nada”. Otro ejemplo de invisibilidad: los topónimos. En Cataluña existe un decreto (www.gencat.net) que recomienda la utilización de los topónimos en catalán, pero claro, aquí el catalán es lengua oficial, y además, existe una expresa e intencional política lingüística de compensación para defender el patrimonio lingüístico. Pero, por ejemplo, en Aotearoa (Nueva Zelanda), hace muy poco tiempo que se han comenzado a utilizar los topónimos mahoríes, y en Australia, sólo el que es políticamente correcto se refiere a la roca sagrada como Uluru y no como Ayers’ Rock. En este sentido, ser políticamente correcto no es un gesto de diplomacia sino un acto simbólico de devolución del territorio a sus habitantes originales.
Ahora bien ¿es esta una defensa suficiente del LPC? Sí y no. Lo que verdaderamente produce el cambio no es el uso –que podría llegar a ser vacuo, o incluso propagandístico- del LPC, sino la conciencia que ello despierta, y esta conciencia puede despertarse de otras maneras, y también puede que el uso del LPC no la despierte. Continuando con el caso de los nombres maoríes, ¿de qué sirve su uso si en la práctica los maoríes continúan sin acceder a la propiedad de su tierra? Yo concluiría que el LPC no es suficiente y ni siquiera necesario para producir un cambio cultural, pero sí ayuda y es una herramienta válida, siempre y cuando no sea la única. No creo que se deba subestimar la diferencia entre viajar por Aotearoa y encontrar los topónimos en maorí y en inglés, a viajar por Australia y encontrarlos sólo en inglés. A los habitantes de Aotearoa se les recuerda constantemente que su tierra es la “larga nube blanca” de los maoríes, mientras que los australianos en la mayoría de los casos no tienen conciencia de que su territorio está “encantado” por los aborígenes.
Pero el peligro de la vacuidad no es menor, y ha sido ampliamente criticado por los detractores del LPC. Como decía Quevedo “Por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería casa; al barbero sastre de barbas y al mozo de mulas gentilhombre del camino” (citado en www.iespana.es) Más allá de eufemismos irrisorios como llamarle “persona con una deficiencia vertical” a alguien que es bajito, el peligro es real cuando la división entre el lenguaje y la realidad se vuelve neurótica. Así, por ejemplo, en México se insiste en el oximoron de llamarle “Partido Revolucionario Institucional” a un partido que estuvo cómodamente asentado en el poder durante 80 años (¿revolucionario?), o se insiste en Colombia en evadir la palabra “guerra” en un territorio en el que hacen falta salvoconductos para poder circular. Y también, de nada sirve el cambio terminológico si dentro del enunciado sigo asignando connotaciones negativas al lenguaje: “el barrio está chungo, está lleno de magrebíes”. También hay que evitar el gatopardismo en el lenguaje –aquello de cambiar para que todo siga igual.

En suma, como dice Paulo Freire –brasileño ideólogo de la llamada Teología de la Liberación- se trata de “sacudirse de las estructuras de dominación mediante la conicencia de la dominación” (www.casadelasamericas.org). En este sentido, el LPC puede resultar una herramienta útil, pero no per se. Si bien el lenguaje puede conllevar un cierto cambio en la visión del mundo (de no existir a ser visible, nada menos), creo que sobreestimaríamos su fuerza si creyéramos que el mero LPC es suficiente para producir un cambio profundo. Volviendo a los argumentos del “giro lingüístico”, si creyéramos que el lenguaje determina el pensamiento, estaría claro que sería útil el LPC, pero entendiendo la relación como una relación de influencia y no de determinación, también se ha de mediatizar la efectividad del LPC. Y también creo que su validez depende del contexto –aunque dudo de si esto es una justificación de mi propia reticencia. Analizo mi propia manera de hablar y me doy cuenta de la reticencia que me produce alterar la pluralización en masculino, por ejemplo. Seguramente es en parte porque tengo inculcada la invisibilidad y porque temo al ridículo, pero yo diría también que este temor al ridículo depende del contexto porque (a) no se puede estar las 24 hrs del día militando por las causas que nos parecen justas, (b) ¿cuántas y cuáles son estas causas? (c) hay contextos en los cuales no tiene mucho sentido. Un profesor de lingüística me dijo una vez que la ortografía era una cuestión de buenos modales: un respeto a la convención. Entonces, tiene sentido rebertirla para egemplificar una idea, pero no tendría sentido, por ejemplo, escribirle una carta a mi madre llena de faltas de ortografía –a menos que intentara explicarle esto, a la pobre le caería muy mal. De todas maneras, volviendo al ejemplo del género, las recomendaciones publicadas por el instituto vasco de la mujer (citadas en Vila y Serrat; 2001) me parecen excelentes y útiles, porque sugieren medidas sencillas para revertir la invisibilidad de la mujer en la lengua sin alterar de manera chocante la gramática sino mediante recursos de la propia lengua. No quiero decir con esto que a veces no sea bueno ser chocante, pero es útil tener otros recursos para los contextos en los que ser chocante sería contraproducente. Creo que el esfuerzo vale la pena, y es en este esfuerzo a conciencia donde reside la potencilidad del LPC de generar un cambio.

En cuanto a nuestra visión del mundo, de lo antedicho se desprende que nuestras formas de hablar tienen cierta influencia en ella. Insisto en que en el ejemplo de Australia, el uso de un topónimo u otro hace la diferencia entre un mundo con aborígenes y un mundo sin ellos. Y, por ejemplo, saber que el euskera no maldice con palabras cristianas sino a los sumo deseando males naturales como rayos o tormentas, nos habla de la cosmovisión de los vascos, de su historia, de su herencia cultural. Sin embargo, históricamente esta influencia ha sido peligrosamente desvirtuada, llegando a afirmar los nacionalistas de la época romántica, como Humboldt (Vila y Serrat; 2001), que cada lengua estaba arraigada en la estructura mental de sus hablantes. Esto sería imposible de mantener hoy en día. Si así fuera, yo como hispanoparlante tendría una incapacidad intrínseca para comprender la cosmovisión de un chino, o la de un lapón, por ejemplo. Llegar a tales extremos de realitivismo cultural no sólo truncaría nuestras ansias de comprensión del mundo, sino que negaría nuestra experiencia de aprendizaje intercultural –y condenaría a la psicología cultural a la imposibilidad de generalizaciones acerca de los procesos de negociación de significados, excepto en casos concretos, regionalizados. Precisamente negando esta imposibilidad, pero enfatizando la cosmovisión que reflejan las maneras de hablar, yo argumentaría que una buena forma de ensanchar nuestra comprensión del mundo es aprender nuevas lenguas, cosa que inevitablemente implica aprender sobre otros mundos. Pero en la capacidad de aprender está la negación del relativismo insalvable.
El ejemplo inetrlingüístico es fácil, pero ¿qué pasa con las maneras de hablar dentro de una misma lengua? El texto de Vila y Serrat cita los estudios sociológicos de Bernstein, que más allá de las conclusiones elitistas que de ellos se puedan desprender, mostraron la riqueza informativa que reside en nuestras diferentes formas de hablar. El problema está en las categorizaciones sociales que se hacen a la hora de definir grupos de estudio, y, una vez más, se desvirtuaría el análisis si la descricpión generalizada se equiparara a una cosmovisión rígida según el tipo de uso lingüístico que hacemos. Pero los estudios de Bernstein dieron lugar a cuestionamientos sobre la expropiación cultural en ámbitos como la escuela, que no dejan de parecerse a las imposiciones del lenguaje respecto del papel de la mujer o de los aborígenes que mencionábamos antes. En definitiva, considero que una categorización objetiva de la sociedad, para su estudio, es imposible, y además, los mismos hablantes utilizamos diferentes usos lingüísticos según el contexto que el que nos encontremos. Pero no descartaría su estudio para comprender mejor la forma en que funciona la sociedad, cómo somos y cómo nos relacionamos y, en definitiva, cómo pensamos.

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BIBLIOGRAFÍA

Bruner, J. S. (1991) Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva. Madrid: Alianza.

Vila Mendiburu, I.; Serrat Sellabona, E. (2001) “Llenguatge i pensament” en Psicologia. Barcelona: fundació per a la Universitat Oberta de Catalunya.


WEBGRAFÍA

Gencat: http://www.gencat.net/ptop/documentacio/llengua/basica/descarrega/nomenclator/presentacio.pdf

I (España):
http://www.iespana.es/correctores/Correcto.htm

Casa de las Américas:
http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=308


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